Sábado 14 de febrero de 2015

3000 km. Volando a 11mil metros, y a una velocidad de 850 km/h. El destino es Estambul. No había sido consciente hasta que pasaron las primeras dos horas de lo lejos que nos íbamos, demasiado para poderlo llamar “una escapada de carnavales”. Pero suficiente para poder desconectar.



El día comienza como siempre, con inquietud más que nervios, cogiendo un tren que nos lleva hasta Madrid, y enlazando una serie de transportes para evitar pagar, además del metro, los 3 o 4 euros que cuesta el acceso al aeropuerto. 


Para ello en Chamartín compramos billete de cercanías, que por 2’60 euros y en unos 15 minutos nos deja en la terminal 4 de Barajas. Subimos hasta la planta de llegadas y seguimos los carteles hacia el bus de tránsito entre terminales gratuito. En otros 15 minutos estamos en la terminal 1. De tiempo, similar al metro, pero de precio, mucho más barato.

Vamos al mostrador de facturación y al elegir asiento conseguimos la primera fila. 8 kilos de maleta de mano.



Toca pasar el control para acceder a la zona de embarques. Decido probar si cuela llevar una botella de agua con solo un par de dedos de agua, que son menos de 100cl. Nos quitamos los zapatos, abrigos, bufandas, la mochila, dejamos la maleta, todo en la cinta. Paso. No pito. Me dice el hombre de seguridad: ¿llevas agua?. Hum. “Sí”. Le cuento lo de que es poca y tal. Me dice que no se puede, así que le contesto que la bebo. Responde que vale, pero que tengo que volver a pasar el control. Vuelvo, bebo, paso de nuevo. No pito. El de seguridad: “llevas un portátil?”. Esta es nueva, hace menos de dos meses no me tocó sacarlo de la maleta. “Sí”. “Tienes que sacarlo. Y volver a pasar el control”. Cojo la maleta, paso en sentido inverso el control (y ahí sí que pité, sí…), abro la maleta, saco el portátil, lo dejo en una bandeja, pongo la maleta en la cinta, voy a pasar el control y…. “acabamos de cerrar este control, tienes que pasar por otro”. En la cinta de al lado, 4 guardias civiles salidos de la nada, mirando la pantalla y bloqueando a un turista y a su equipaje. Wow.

Me voy a la siguiente cinta abierta (6 más allá, y a todo esto, descalza, con los calcetines azules que te dejan), paso como si nada y vuelvo a por mi maleta, portátil y demás.

Falsa alarma lo de la guardia civil. Debe ser algo medianamente normal, según nos dijeron.

Vamos hasta el final del aeropuerto (puerta de embarque A4) y comemos. 20 minutos antes de embarcar una empleada de AirEuropa comenta que cree haber escuchado que han cambiado nuestra puerta de embarque. A la B29. Básicamente, el otro extremo.




Peregrinación masiva del cambio de puerta… a la cual llegamos sin contratiempos; de hecho nos toca esperar un rato hasta que abren el control.

Una de las ventajas de estar en la primera fila es que tienes el finger justo al lado. Así que ves todas y cada una de las comprobaciones y maniobras que hacen a la hora de despegar el avión. Muy instructivos nuestros asientos, aunque tengo que decir que cada vez tengo más facilidad para dormirme segundos antes del despegue así que tampoco presté mucha atención...



El avión está bien, sin más. Dos columnas de 3 asientos cada una, con pantallas en el techo cada 4 filas en los que proyectan la situación del avión así como anuncios repetitivos. Acabo algo aburrida de ver a un famoso cocinero hornear unos muffins rellenos de cerezas.


Aterrizamos a las 3 horas y 45 minutos en el aeropuerto de Sabiha Gokçen. Este aeropuerto se encuentra en la zona asiática de Estambul, a 70 km de la zona “turística”. Nada más bajar seguimos los carteles hasta que llegamos al control de inmigración, en el que hay que enseñar tanto el pasaporte como el papel de la visa, que nosotros hemos sacado antes de ir por internet (20 dólares estadounidenses).

El cambio de moneda en el aeropuerto es 1€=2’7 TL. En los alrededores de nuestro hotel, lo mejor que hemos encontrado han sido 1€=2’77 TL.

Habíamos contratado con el hotel (Orient Express) un transporte privado desde el aeropuerto, por 40 euros. Nos toca esperarle unos 10 minutos, pero al final el hombre, que se dedica más bien a recoger a los turistas que llegamos y repartirnos en diferentes furgonetas, aparece, y 5 minutos después estamos en una van para nosotros solos, dirección al barrio de Sultanhamet.

Qué velocidad por la autopista, buf, una hora y media decían… en 45 minutos si seguimos así hemos llega…. Mecachis! Qué mega-atasco! Bueno, seguro que no dura mucho.

Por hablar. Quizás estuvimos una media hora larga en el atasco, eso sí, aprendimos qué hacer en estos casos:

1) Donde caben 3 carriles, caben 4.
2) Si has metido un milímetro de tu faro en el carril de al lado, tienes derecho a cambiarte, y más le vale al otro coche que se pare.
3) El arcén sirve para adelantar, pero ojo al punto 4…
4) La policía pasa cada pocos minutos por el arcén para que los coches vuelvan a la carretera.
5) Si tienes hambre siempre puedes encontrar vendedores entre los carriles 2 y 3, con un puestecillo montado, vendiendo algo de comida. O flores, por si llegas tarde a una cita.

Al llegar al hotel ya nos estaban esperando. Dejamos las cosas y fuimos a comer al restaurante de la planta séptima, Imbat, famoso en Estambul por la excelente relación calidad-precio. Y no mentían… Nos atendieron genial y efectivamente no fue para nada caro.


A eso de las 23 acabamos de cenar (es una hora más en Turquía), y nos vamos a la habitación… aunque demasiado rápido: nuestro aire acondicionado no funcionaba, y hacía mucho frío en la habitación. En cuanto avisamos vinieron a solucionarlo, y, por fin, pudimos dormir.