Sábado 8 de Abril de 2017 (continuación)
Palacio de Yusupov.
El palacio es una sucesión de 28 salas al más puro estilo Versalles. Tras la primera, que es la sala de los tapices, pasamos por las salas de diferentes colores: azul, verde, roja, otra verde, una blanca…
… hasta que se llega al salón de baile. Que sí, es muy grande, pero tampoco entra tanta gente bailando allí.
Cuando pensamos que ya lo hemos visto todo, regresamos a la planta baja y pasamos por la sala de música, aunque después del teatro no llama la atención.
La mesa de billar está en la siguiente sala.
Aunque cuesta centrarse en ella viendo lo que nos espera tras la siguiente puerta: un vestidor de estilo morisco: es como si hubieran cogido una sala de la Alhambra y la hubieran cubierto de pan de oro.
Hay tras ella una última habitación, muy sobria comparándola con el resto del palacio, que pone punto y final a la visita.
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Palacio de Yusupov.
No sé si
decir que San Petersburgo está llena de canales es quizás una exageración, pero
me sirven de guía para orientarme, y hemos caminado mucho por y a lo largo de ellos en estos dos
días. Y me encanta.
El palacio
Moika (que se llama así porque está construido a orilla del río Moika, uno de los "canales")
perteneció a los Yusupov, una familia de nobles ricos, muy ricos, pero lo más
ricos que os podáis imaginar, durante casi 100 años. A lo largo de este tiempo
fueron realizando diferentes remodelaciones, pudiendo encontrarte salas de lo más variopintas, que describiré a continuación.
Sacamos las entradas en un kiosco que hay en la esquina del palacio. Tienen
diferentes precios, siendo el precio base 700 rublos (casi 12 euros) y costando
por ejemplo 250 rublos adicionales la visita al lugar en el que supuestamente
mataron a Rasputín. Que, no sé si sabréis la historia, pero merece una muy
breve explicación: Yusupov, junto con otros tres compinches, invitaron al
palacio a Rasputín. Le intentaron envenenar con cianuro durante la cena, pero
no lo consiguieron. Así que Yusupov le disparó por la espalda. Pero tampoco
murió. Le dispararon a bocajarro, dicen, los otros tres. Y tampoco lo
consiguieron. Así que se dejaron de sutilezas y le golpearon, enrollaron en una
tela y le lanzaron al río, donde ya sí murió, pero por hipotermia.
En el
palacio se puede alquilar una audioguía en español, dejando un depósito de 1000
rublos, que yo cogí (y no merece la pena). Hay que dejar las mochilas grandes y los abrigos en el
guardarropa del sótano, donde además hay baños y una cafetería (y una sala con
3 sofás muy cómodos para descansar). Por cierto que no deja de sorprenderme el
carácter de los rusos: nos echa una regañina increíble en ruso por no llevar el
pequeño bolso-mochila delante, en lugar de a la espalda, y a los 30 segundos se
acerca la misma persona con una sonrisa de oreja a oreja a enseñarnos cómo
funciona la audioguía.
La toma de
contacto en el palacio es una majestuosa escalera de mármol, con una gran
lámpara en el centro.
El palacio es una sucesión de 28 salas al más puro estilo Versalles. Tras la primera, que es la sala de los tapices, pasamos por las salas de diferentes colores: azul, verde, roja, otra verde, una blanca…
… hasta que se llega al salón de baile. Que sí, es muy grande, pero tampoco entra tanta gente bailando allí.
Todo el
palacio está lleno de detalles que dejan clara el gran poder económico que
tenía la familia (dicen que su fortuna era superior a la del zar). Cuadros (y
eso que la mayoría están en el Hermitage), relojes, muebles…
Lo que no me
esperaba para nada era que, al final de la segunda planta, se accediera a un
teatro, con sus dos pisos de palcos y el pequeño escenario. ¡Un teatro dentro
de la casa!
Cuando pensamos que ya lo hemos visto todo, regresamos a la planta baja y pasamos por la sala de música, aunque después del teatro no llama la atención.
Sí lo hace
el despacho, con una pequeña biblioteca a dos niveles, en la que pensamos desde
fuera que la enorme mesa de escritorio era una mesa de billar, pero no.
La mesa de billar está en la siguiente sala.
Aunque cuesta centrarse en ella viendo lo que nos espera tras la siguiente puerta: un vestidor de estilo morisco: es como si hubieran cogido una sala de la Alhambra y la hubieran cubierto de pan de oro.
Hay tras ella una última habitación, muy sobria comparándola con el resto del palacio, que pone punto y final a la visita.
Es la una
del mediodía y nos sentamos en los sofás que están al lado del ropero a
planificar la siguiente visita. (Continuará)
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